POR QUE TENGO QUE SER PRECISAMENTE YO EL QUE CUENTE ESTA HISTORIA

No tengo más remedio que ponerme a contar la historia de la gran batalla que tuvo lugar en nuestro barrio por la sencilla razón de que no parece haber ningún otro dispuesto a hacerlo. Tal vez a algunos les llame la atención que me haya metido a narrador, especialmente si se tiene en cuenta la especie a la que pertenezco. Me llamo Nepomuceno, Musnepo, para casi todo el mundo, y soy perro. (Espero que no sean ustedes de la clase de personas que preguntan a continuación “De qué raza?". Mucho me temo que en mi caso resultaría difícil responder a eso: soy perro, a secas).

A mi modo de ver, no tiene nada de particular que un perro narre una historia acerca de humanos (acaso no hubo muchos humanos que contaron historias de perros?). Pero reconozco que no es lo más habitual. Incluso puedo aceptar que algunos humanos -los más vanidosos-, se sientan algo ofendidos, y hasta muy ofendidos, tal vez, al punto de negarse rotundamente a seguir leyendo un libro en el que hay un narrador que no pertenece a su especie. Pero, en fin, les guste o no, no hay vuelta que darle: esta historia la cuenta un perro.

Claro está que no cualquier perro puede meterse a cuentacuentos. La Lili, la perra de Camila, sin ir más lejos, es incapaz de distinguir la letra U de una morcilla. Pero eso no es algo que se le pueda reprochar a la pobre Lili. Lo que sucede es que en la vida algunos hemos aprendido algunas cosas, y otros, otras. La Lili sabe ajustar tuercas con los dientes, por ejemplo, algo que yo me considero absolutamente incapaz de hacer. Y eso porque la Lili vive justo al lado de lo de Tognazzi, el del taller mecánico y se la pasa todas las tardes paseando muy oronda por entre los motores desarmados de los autos. Mi caso es otro. Yo jamás pisé un taller mecánico, pero, en cambio, me he pasado días enteros viendo cómo Silvia Mus corrige galeras.

        -     Chicos, no hagan ruido que traje un montón de galeras para corregir —suele decir Silvia Mus. Confieso que la primera vez que la oí decir que traía un montón de galeras creí que nos íbamos a dedicar a la confección de sombreros de copa. (Y, en ese caso, habrían sido otras mis habilidades; tal vez estaría hoy midiendo cabezas en lugar de contar historias). Pero después me di cuenta de que las galeras de Silvia Mus tenían más que ver con las palabras y los libros que con los sombreros. Ella llamaba "galeras" a unos papeles muy pero muy escritos. Y también bastante mal escritos, a mi juicio: llenos de errores! Había letras cambiadas de lugar, letras repetidas, letras torcidas, letras fugadas... Lo que Silvia Mus tenía que hacer era encontrar los errores y señalarlos. Una especie de juego. Nunca entendí por qué Silvia Mus estaba tan seria mientras corregía; a mí me parecía divertidísimo, por que a veces las letras, de puro equivocarse, terminaban diciendo disparates. Había un libro muy serio de Geografía, por ejemplo, en el que se leía: "La Patagonia es una gran masita”. Y otro, una novela de terror, donde la protagonista, al ver al vampiro, "lanzaba un frito desesperado”.

Silvia Mus se pasa las horas sacando letras que sobran, poniendo letras que tan y enderezando letras torcidas. Y fue así como aprendí a escribir. Si en lugar de quedarme en casa con ella, corrigiendo galeras, hubiese acompañado a su marido, a Sebastián Mus, cuando sale a recorrer almacenes y super mercaditos para vender dulces de Bariloche, sería otro el cantar. Y hoy yo sabría diferenciar una mermelada de mora de una mermelada de rosa mosqueta, pero no sabría ni por asomo que "hamaca" se escribe con hache.

Aunque saber escribir palabras no es todo en la vida de un escritor. También hay que tener algo para contar. Y yo no me estaría tomando el trabajo de escribir lo que escribo (ni tal vez ustedes de leer lo que leen) si no fuese porque estoy convencido de que esta es una historia que merece ser contada. Una historia en cierto modo extraordinaria. Porque no hay nada de extraordinario en que se peleen un hermano y una hermana. Y mucho menos extraordinario es que haya guerra entre las chicas y los varones. Pero sí es raro y hasta asombroso que en un barrio cualquiera, en un barrio como el nuestro, que de extraordinario no tiene nada, haya una verdadera, una asombrosa batalla entre los monstruos y las hadas.

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