EL CUARTO DE LOS DOS REINOS

 No tengo demasiada experiencia como escritor, pero supongo que el capítulo dos es el indicado para presentar a los personajes. Cuando hablo de personajes, me refiero a todos los que tomaron parte en la historia, desde la primera escaramuza hasta el armisticio mojado. Ahora bien: los personajes de esta historia son muchos (vivimos en un barrio populoso), no me parece justo que pretendan que los nombre a todos. No me alcanzaría a mí la memoria, ni a ustedes la paciencia. En cambio, lo que sí me parece justo es presentarles por lo menos a Felipe Mus y a Cecilia Mus, porque fueron precisamente Felipe Mus y Cecilia Mus los que inauguraron el conflicto. Tanto que Felipe merecería el nombre de Monstruo Fundador y Cecilia el de Hada Fundadora. Felipe y Cecilia son hermanos, y cualquiera sabe que ya eso solo es un buen motivo para pelearse. Pero, además, Felipe y Cecilia son la sal y el azúcar, la mostaza y el dulce de leche. Tienen gustos muy diferentes y diferente modo de ver las cosas.

No es que Felipe y Cecilia no se quieran. En mi opinión se quieren mucho (y hasta me animo a decir que se admiran uno al otro en secreto). Lo que sucede es que los dos son de tener ideas fuertes, según he notado, las ideas muy fuertes no suelen dejar lugar para otras ideas diferentes.

Por eso la cuestión de los Dos Reinos.

Los Mus vivimos en una casa diminuta. Para que se hagan una idea de lo diminuta que es, puedo decirles que pasar de la cocina al baño no requiere más esfuerzo que el de sacudir las orejas para espantar una mosca. Y que, cada vez que alguien abre la puerta del horno, los demás tenemos que salir al patio. Sebastián Mus y Silvia Mus duermen en el comedor (que, entre paréntesis, es también mi dormitorio, además de ser sala, escritorio y despensa para los frascos de dulce); Felipe y Cecilia comparten el otro cuarto.

Es un cuarto chico, como para una cama. Pero los Mus somos muy empecinados y pusimos dos. La de Felipe está ubicada debajo de la ventana, y la de Cecilia, junto al placard, cerca de la puerta. Y, sin embargo, chico y todo, el cuarto da para que haya dos reinos.

Entre una cama y la otra casi siempre hay una frontera, que marca el límite de la zona de cada uno. A veces es solo una raya trazada con tiza blanca en el suelo. Otras veces, una fila de latas, varias pilas de libros, o dos bancos atados con un piolín: la cuestión es señalar hasta dónde llega el reino de Felipe y comienza el de Cecilia, y dónde termina el de Cecilia para que empiece el de Felipe.

Las ventanas y el placard se consideran bienes comunes, de modo que Felipe le cede uno de los vidrios a Cecilia, para que ella pegue sus calcomanías. Y el placard se reparte del siguiente modo: dos cajones para Cecilia, dos cajones para Felipe y un estante para cada uno. De las siete perchas, Cecilia usa cinco y Fe lipe, dos (que le alcanzan y hasta le sobran, si se tiene en cuenta que Felipe es el inventor de una novedosa técnica para guardar la ropa en forma de bollitos). A cambio de sus perchas extra, Cecilia permite que Felipe guarde su patineta en la zona de los zapatos.

Dejando de lado la ventana y el placard, Felipe y Cecilia tienen permiso para decorar sus reinos como mejor les parezca. Y eso es lo que hace que el cuarto de Felipe y Cecilia sea algo especial, algo aventurero: lo convierte en un sitio que merece ser el comienzo de una historia.

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